El violinista Martín Martinez me da la noticia. Es mi hombre de confianza. No me dá lugar a dudas. Y enseguida pienso…mi vida es una mierda.
Marcelino era un guitarrista telúrico, dotado de técnica profunda y subyugante que, sobre el escenario, proyectaba un halo de auténtico poderío. Sus composiciones eran poco amigas de lugares comunes, y más cercanas a metáforas imposibles, hechos inenarrables… y exploraban terrenos ricos en alianza con el jazz, el folk, el soul y la bossa nova. Imprevisible, prolífico y perfeccionista, Marcelino es uno de los pocos indiscutibles de la historia de la música clásica.
Él me inspiró a romper las reglas musicalmente hablando; desde cambiar la estructura de un acorde en el centro de una canción, hasta meter un riff de seis o siete minutos, improvisado y con carácter. Cuando estaba escribiendo mi primer disco, escuchar «La Catedral» interpretada por Marcelino me daba fuerzas. Fué la última obra que él me enseñó.
La lágrimas no me dejan ver el teclado, por lo que con sencillez y vehemencia, sin engolar la voz ni dar la nota, a salvo de cualquier artificio, quiero hacer llegar a todos un mensaje sencillo: Nadie es tan bueno como Marcelino.
Descansa en paz.
César Balbín